Son las 4 de la tarde y mi computador me avisa que hoy, en Bogotá, se ha marcado un nuevo récord de temperatura. Esto, posiblemente, debido a la famosa llegada del fenómeno del niño, el cual ya se ha vuelto parte de las discusiones estratégicas por las implicaciones que podría tener en la macroeconomía global y por ende en las inversiones.
Esto no es nuevo, desde hace unos años que el tema climático incursionó en el sector financiero y se creó una hermandad que antes parecía poco probable, y que hoy es más necesaria que nunca. Aparentemente, porque gran parte de la solución puede venir desde este sector dada la rapidez con que se mueven los recursos entre activos y proyectos (especialmente en Estados Unidos).
A pesar de que la evolución del sector financiero hacia productos más responsables ha sido bien intencionada, posiblemente no ha traído el impacto que muchos quisiéramos tener. La razón es muy simple: se han invertido recursos importantes en las empresas incorrectas (especialmente en Europa y Estados Unidos).
Recientemente, la profesora de la Universidad de Yale, Kelly Shue, llevó a cabo una magistral investigación (2023) sobre cómo los inversionistas han desaprovechado la posibilidad de impactar casi cuatro veces más por el hecho de usar únicamente los scores ambientales, sociales y de gobernanza (ASG) o las calificaciones de los emisores.
Su tesis es la siguiente: si una empresa emite poco CO2, su calificación ESG será buena, pero si emite mucho CO2, su calificación será mala. El problema es que a la hora de invertir y de hacer análisis fundamental, muchas veces esta calificación es de las primeras que se usa. Y eso es un error, pero ¿por qué?
La lógica de la investigación es que las empresas que emiten poco seguirán emitiendo poco después de recibir la inversión. Por el contrario, las empresas que emiten mucho y reciben la inversión, destinan los recursos a ser más eficientes y enverdecerse. El estudio demostró que cuando los grandes emisores reducen su emisión de CO2 incluso solo un 1%, el impacto es casi el triple frente a las empresas con calificación climática buena.
¡Y la investigación se pone mejor! La pregunta del millón es: si los inversionistas institucionales nos enfocamos solamente en invertir en empresas con una calificación ASG alta (empresas que emiten poco CO2), ¿qué motivación tendrán las empresas que emiten mucho CO2 para invertir en nuevas tecnologías y formas de enverdecerse si los recursos no están disponibles?
Piénsalo así: las grandes soluciones climáticas han salido de empresas que ya están en la industria y que se consideran “peligrosas” o con un score ASG malo. Un ejemplo es Repsol, empresa española de petróleo y gas. Ellos fueron de los primeros en investigar la producción de hidrógeno verde a partir del agua y que además están inyectando CO2 en formaciones geológicas subterráneas para convertirlo en roca y que no cause ningún daño a la atmósfera.
La solución que se planteó en Skandia Colombia es, curiosamente, la misma que concluye la investigación hecha por la profesora Shue: engagement o relacionamiento.
La forma como los inversionistas institucionales podemos tener un impacto mayor y crear más mercado sostenible es influir e invertir en empresas con una ambición clara de descarbonización, y que están dispuestas a usar los recursos para mejorar sus prácticas de sostenibilidad.
Ya nos dimos cuenta de que la desinversión es inútil. Los recursos van de una mano a otra y el impacto es nulo. Por el contrario, un proceso de relacionamiento colaborativo y la participación en asambleas de votación, tienen el potencial de lograr que las empresas y sus intra-proyectos impacten de verdad y nos dé argumentos en la lucha contra el cambio climático.
Fuente del estudio:
Shue, K. Hartzmark, S (2023). Counterproductive Sustainable Investing: The Impact Elasticity of Brown and Green Firms. https://papers.ssrn.com/sol3/papers.cfm?abstract_id=4359282